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Una indecente mácula en la historia

Una indecente mácula en la historia

Cuando el Zaragoza CD y el Iberia SC se juntaron formalmente un 18 de marzo de 1932, comenzó la historia de un club que, en menos de una década, llegará a ser centenario. La onomástica blanquilla ha tenido muchos momentos de gloria. Los Alifantes, solamente acallados por el fragor de la Guerra Civil; los Magníficos, quienes trajeron consigo los primeros títulos nacionales y europeos al palmarés blanquillo; los Zaraguayos, que nos permitieron soñar como nunca o la Quinta de París, que nos brindó el momento más dulce de la intensa narrativa zaragocista.

Todos los equipos pasan por momentos de gloria y por momentos de decepción, púrpura y oropel, el cielo y el infierno. Recientemente hay muchos casos: ¿cuántos años llevan Santander y Oviedo sin ver a su equipo en primera división? ¿Qué decirles a los aficionados del Deportivo de La Coruña tras 7 temporadas alejados del fútbol profesional y penando desde hace 4 en el tercer escalón del balompié nacional? ¿Qué palabras de ánimo encontrar para el Decano del fútbol, el Recreativo de Huelva, o para históricos como el Real Murcia o Hércules?

La Diosa Fortuna se ceba con malignidad en el caso de muchas entidades, ora por terribles decisiones, ora por simple y llana mala suerte. Si bien, la retórica facilona y simplista del azar se torna harto complicado de entender cuando hablamos de competiciones maratonianas en las que el factor venturoso es solamente una parte alícuota más de los muchos agentes implicados en los funestos designios que numerosos clubes han de sufrir. Detrás aparecen diversos agentes y circunstancias que explican la realidad en su conjunto.

Y no es casualidad, claro que no, que si atendemos a los casos de los equipos mencionados anteriormente aparezcan nombres propios como Lendoiro, Piterman, Ali Syed, Enrique Ortiz, Víctor Gálvez, etc. Es perentorio entonces mencionar la figura de Agapito Iglesias, aquel que no debe ser nombrado. Me recorren todavía escalofríos cuando le oigo en pesadillas aún decir en un programa de radio: “Es que aquí se compra, pero no se paga”.

Todos los zaragocistas de bien somos plenamente conscientes de que, cuando el empresario soriano cogió las riendas del club en 2006, el Real Zaragoza emprendió una caída libre hacia las profundidades abisales que no acabaron en tragedia en 2013 porque quizás, este club, es demasiado grande como para que pueda perecer. O por intervención divina. O por puro azar universal. No lo sé, le dejo las elucubraciones al bueno de Iker Jiménez. El asunto es que, con la salvedad de un primer año donde el deslumbre de tanta estrella en el césped y las fanfarrias de disputar, por fin, la Champions League, cegaron por completo la realidad del ”aquí se compra, pero no se paga”. Que con todo ese carrusel de despilfarro solo se disputara la UEFA, quizás era una vehemente señal. Diría que caer eliminados por el ARIS con un gol de un tal Javito un año después elevaba la luminosidad de la dichosa señal al punto de fusión del acero.

Con el gol helénico de Javito y el posterior descenso a segunda división, el Real Zaragoza cimentó las bases de una pesada losa que arrastra más de 15 años después. A ridículas salvaciones in extremis tras el regreso a primera le siguió un descenso definitivo que arrastraba tras de sí una monstruosa deuda y un cisma interno en el que solo quedó en pie la de siempre, la perenne afición blanquilla. Desde entonces, el leitmotiv de una grada hastiada, molida hasta la extenuación, ha sido un acongojante “en la miseria del sótano zaragocista, siempre puede haber un escalón más”. De mirar hacia arriba –el único y verdadero destino que un equipo como el Real Zaragoza debería tener presente– se pasó a mirar con recelo hacia abajo y tanto Víctor Fernández, como JIM, salvaron al cuadro blanquiazul de hacerle compañía al Deportivo en los infiernos de la 1RFEF.

Pero el claro corolario de todo esto es algo en lo que pocos reparan. La formidable crónica zaragocista está pergeñando una enorme mácula que, por los designios y las vicisitudes del correr del tiempo, permanecerá por siempre en los anales y expedientes de la entidad zaragocista. Años y años de ignominia, un agujero negro en el que, afortunadamente, desastres como el del Diocesano o el de Atzeneta, sonrojantes derrotas como el 0-5 ante el Leganés –¿ya no se acordaban, verdad?– quedarán enterrados por el escarnio global de permanecer, tanto tiempo, en la más absoluta nada. Pagando, eso sí, nuestros pecados fiduciarios lentamente, como si de una casa de empeños en Detroit se tratara. Sin apoyo político, ni de los poderes fácticos de la ciudad. Con un estadio que se cae a pedazos, sin visos en el horizonte de gozar de uno nuevo, sea en primera, sea en segunda o sea donde sea.

Porque ya lo dice bien uno de los lemas del club: “Donde sea –y bien jodidos, perdonen la expresión–, pero contigo”.